Juana Gallegos – Domingo, 29 de Abril del 2018
El Banco de Alimentos Perú empezó hace cuatro años su revolución contra el hambre. Ha rescatado más de mil toneladas de víveres que los supermercados desechaban y las ha llevado a las mesas de quienes las necesitan con urgencia.
Es un día más de bocinazos en las autopistas limeñas. El conductor Juan López se abre paso al volante de su camión de carga por las calles de San Isidro. Ha recorrido 33 kilómetros desde Ventanilla y lleva prisa.
En una de las trastiendas de supermercados Vivanda lo espera la voluntaria Diana Cáceres, quien escrupulosamente revisa jabas llenas de mandarinas, lechugas, maracuyás y choclos. Es el pequeño cargamento que Vivanda ha separado como donativo para el Banco de Alimentos Perú.
«Solo escojo lo que yo me comería», dice Diana, recitando lo que es regla para el Banco, una asociación sin fines de lucro que desde hace cuatro años le toca la puerta a las grandes empresas proveedoras de alimentos para pedirles una cuota de productos que por varias razones –porque están al límite de la fecha de vencimiento o porque fueron mal empaquetados– serán separados de la venta y terminarán desperdiciados en los botaderos.
El banco rescatará únicamente lo que aún es comestible y lo llevará a la mesa de quien lo necesite. El INEI calcula que el 14,6% de nuestros niños sufre de desnutrición crónica.
Juan López es un eslabón importante en esta cadena que potencia el consumo responsable de los alimentos. Viene en nombre de la escuela–hogar la Sagrada Familia del Callao que a diario prepara el desayuno, almuerzo y cena de más de 1.200 niños. Toda colaboración es indispensable para mantener la dieta diaria de los escolares.
Una vez que Diana ha revisado todos los víveres, y tras una inspección de los dependientes del supermercado, las jabas de los alimentos rescatados están listas para ser subidas a la tolva del camión.
Vivanda es la primera parada de las cuatro que hará Juan durante el día. Lo esperan otros supermercados. En paralelo, otras asociaciones benéficas realizan este mismo peregrinaje, que tiene como fin reducir el despilfarro de comestibles que en el Perú es monumental.
Se calcula que cada año siete millones de toneladas de alimentos terminan en la trituradora o quemadas en los rellenos sanitarios. Con esto podríamos alimentar dos veces al día a 10 millones de personas.
El Banco ha llamado a este recorrido rescatista «la ruta de los supermercados», que tiene como destinos los almacenes de Tottus, Cencosud (Metro y Wong) y Supermercados Peruanos (Vivanda y Plaza Vea).
A Juan y su camión les espera un largo viaje que les tomará varias horas, pero las valen, pues en un buen día podrán regresar a Ventanilla hasta con 3 toneladas de frutas y verduras.
Darle vida útil a alimentos que creemos desechables, ese es el pensamiento guía de The Global FoodBanking Network, una red mundial de bancos de alimentos presente en 794 ciudades del mundo, a la que Perú se unió en 2014, a partir de un hecho anecdótico.
El empresario Siomi Lerner Ghitis se encontraba en Madrid visitando a Oriana, una de sus hijas. La amiga de esta trabajaba como mesera en una conocida cafetería con franquicias en todo el mundo.
La chica contaba con dolor cómo cada noche tiraba a la basura cupcakes, sánguches, galletas y otros platillos en buen estado que no se habían vendido durante el día y que la cafetería daba por perdida.
La empresa le prohibía tajantemente llevarse este excedente o darlo en donación, estaba de espaldas a un movimiento que se extendía en España: una buena parte de supermercados abría sus puertas cada noche para donar el alimento que quedaba a quienes lo necesitaran.
Una noche, sin embargo, la mesera rompió las reglas. Separó las raciones que estaban en buen estado y que iban a ser tiradas al basurero y las llenó en bolsas con una marca distintiva. Siomi Lerner y su hija estarían a la expectativa para recogerlas y llevárselas con mucho cuidado. Y así lo hicieron. «Tuvimos comida para dos semanas, ahorramos muchos euros», cuenta Oriana.
Al volver a Perú, su padre se quedó con muchas preguntas: ¿se botaba en Lima la misma cantidad de comida que en Madrid? ¿Cuántas toneladas tiraban los supermercados cada noche? ¿Se podía hacer algo?
El Banco de Alimentos Perú ya existía como marca, la había creado un monja francesa y el ingeniero Benjamín Dulanto, quienes hacían donaciones de forma esporádica. Lerner los contactó y se reunió, además, con empresarios de grandes marcas como Alicorp y Unilever. Juntos dieron vida a esta empresa social, como la denominan, que hace las veces de intermediaria entre 24 tiendas de supermercados y 95 organizaciones benéficas asociadas que pueden ser escuelas, asilos, comedores populares y albergues.
El Banco está presente en Piura, Iquitos, Trujillo, Lima, Cusco y Arequipa. Durante el primer año rescataron 116 toneladas de alimento; el 2017, año en el que el país fue golpeado por el fenómeno de El Niño costero, su crecimiento fue considerable pues recuperaron 2.700 toneladas de víveres.
Al final del día, la tolva del camión de Juan López rebosa de melones, paltas, mangos, plátanos maduros, papas y yucas.
Un cóctel de comida saludable reunido en 33 jabas, el equivalente a 700 kilogramos.
Mientras tanto, al norte de la ciudad, en la escuela–hogar la Sagrada Familia, los niños esperan al camión con ansias. Esas manzanas y granadillas que fueron separadas por un supermercado, por defectos mínimos, como no tener el color de las frutas que se exponen en sus góndolas, serán el postre de media tarde de los niños del barrio Los Cedros, que se extiende sobre el arenal, en el kilómetro 37 de la Panamericana Norte.
Para la analista de sostenibilidad de Supermercados Peruanos, Cristina Vizcarra, el activismo del Banco de Alimentos le pareció de suma importancia pues «no nos hacía mucho sentido desperdiciar tantos alimentos en un país con 20% de pobreza».
Precisa, además, que desde el 2015, año en el que firmaron la alianza con el Banco, se han recuperado más de 600 mil kilogramos de alimentos que antes hubieran terminado en la basura.
Esto pasaba porque antes de entrar en vigencia la Ley 30498, a los supermercados les resultaba más rentable cremar el alimento excedente en un relleno sanitario y frente a un notario, pues de esta forma recuperaban el IGV (Impuesto General a las Ventas) de sus productos. Actualmente, esta recompensa se obtiene por donarlos siempre y cuando sean aptos para el consumo.
«A partir del 2019, según esta ley, los almacenes y supermercados están prohibidos de desechar alimento que haya perdido su valor comercial, pero que esté en buen estado», agrega el gerente general del Banco, Moisés Gabel.
En vista de esta revolución en la sostenibilidad alimentaria, supermercados como Makro, la transnacional Kentucky Fried Chicken y el restaurante Pescados Capitales cerrarán pronto su compromiso con el banco.
«No, KFC no llenará las despensas de los beneficiarios con comida chatarra», dice la activista Oriana Lerner. Los otros soldados del Banco de Alimentos son sus nutricionistas que controlan al dedillo todo lo que se cocinan en las ollas de las organizaciones.
Martha Romero, la cocinera de La Sagrada Familia, ya le echó ojo a los plátanos maduros que llegaron y con los que preparará un jugo nutritivo para los niños. El alimento que el Banco ha rescatado para ellos alcanzará para dos días. Podrían dar para más si otros se suman.
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